Obra: Donde viven los bárbaros
Género: Comedia negra de equivocaciones.
“We get some rules to follow
That and this, these and those
No one knows.”
Alcibíades Clinias Escambónidas
Hace algunos días atrás, al abordar un vuelo de regreso a Chile, la recepcionista encargada del check-in terminaba sus frases diciendo “bárbaro”. Tenía que aguantarme la risa espontánea mientras ella me atendía, porque era la misma muletilla del protagonista de Donde viven los bárbaros. Esta obra es la creación más reciente de la compañía Bonobo Teatro y al igual que en su obra anterior, Amansadura, revela irónicamente las complejidades de las normas de convivencia que se establecen de mutuo acuerdo y como nuestras propias buenas intenciones pueden ser el origen de las sombras donde se ocultan el miedo y la violencia.
La introducción alegórica de la obra recuerda a la atmósfera estrambótica de Amansadura. En la Atenas de la Antigüedad, un médico acusado de un crimen es exiliado hasta encontrar evidencia de los bárbaros; los habitantes fantásticos de los bosques salvajes que rodean a la polis. Regresa del destierro pero con la tarea cumplida a medias: los anticipados bárbaros no resultan tan diferentes a cualquier ciudadano y ellos también están escapando de otros bárbaros ignotos que los atemorizan. Además, el médico quedó marcado por esta odisea; ha sido contagiado por la cultura exterior y físicamente ya no es ni uno, ni lo otro, sino todo lo incategorizable.
Luego esta trama se replica contemporáneamente: Roberto (Gabriel Cañas), el director de una ONG de ayuda social en África, regresa al país para despedirse de su madre falleciente, quien le deja un enigma fraternal con sus últimas palabras, ya que no sería hijo único. Intenta dilucidar el misterio familiar en un asado con un par de primos (Carlos Donoso y Gabriel Urzúa), cuando recibe una amenaza telefónica por estar involucrado en la muerte de una muchacha neonazi. Dos colegas de la ONG, una griega que abandonó a sus hijos (Paulina Giglio) y un expolicía experto en dinámica de roles (Franco Toledo) aparecen de improviso en la velada, develando datos nuevos de ambos casos, revelando sorpresas insospechadas.
Lo estimulante del montaje es que examina un aglomerado de temas serios vinculados con la discriminación (racial, de clase, ideológica, incluso cognitiva) pero desde un humor peculiarmente flemático y esquizoide. Esto se explora tanto en una interpretación actoral distímica adrede y un texto que escudriña en los errores de comunicación, con frases o párrafos que se reiteran constantemente, como si estas estructuras prepicadas de palabras fueran flotadores salvavidas para las conciencias divagantes de los personajes. Es en los silencios abruptos donde ellos se dan cuenta que las intenciones de sus diálogos se escabulleron en algún intersticio lingüístico.
Todo aparenta estar desenlazado emocionalmente, pero es precisamente esa falta de conexión interpersonal lo que produce el efecto contrario: la risa abunda porque la noción de normalidad es rasgada a jirones, las convenciones del entendimiento son ensartadas y uno tiene que reunir los retazos de esta habitualidad atípica para restaurar cierta endeble certidumbre personal. Porque al final, oye, uno siempre es extranjero, tanto para uno como para otros, oye.
Funciones: Viernes y sábado, 21:00 horas. Domingo, 20:00 horas. Del 25 de septiembre al 25 de octubre, en Teatro del Puente (Parque Forestal s/n cerca del Puente Pio Nono, Santiago Centro. Metro Baquedano). PERO, la última función ya está agotada así que tendrá que verla en la segunda temporada en enero 2016.
Ficha artística:
Compañía: Bonobo Teatro.
Dirección: Andreina Olivari y Pablo Manzi.
Dramaturgia: Pablo Manzi.
Elenco: Carlos Donoso, Gabriel Cañas, Gabriel Urzúa, Franco Toledo, Paulina Giglio.
Diseño Integral: Juan Andrés Rivera y Felipe Olivares.
Música: Camilo Catepillan.
Producción: Katy Cabezas.